DE DIFUSIÓN INMEDIATA
1 de diciembre de 2021
214-467-0123
Por Royce West
Senado de Texas
Mientras absorbíamos los sucesos de las semanas anteriores y nos preparábamos para el Día de Acción de Gracias y una semana de festejos, se pronunció el veredicto en el caso que involucró el absurdo asesinato de Ahmaud Arbery. Las almas de quienes estén en desacuerdo con los numerosos cargos imputados a los tres acusados también deberían ser sometidas a juicio. Estoy agradecido de que se hizo justicia, pero no estoy satisfecho. Este Día de Acción de Gracias fue el segundo que el asiento de Ahmaud en la mesa de su familia permaneció vació.
No puedo estar satisfecho, ya que se terminó de forma trágica e inhumana con la vida de un hombre de 25 años, porque tres justicieros autodesignados decidieron que era su responsabilidad investigarlo, acusarlo y darle pena capital por un delito que no cometió.
Estoy agradecido de que el juez de la Suprema Corte de Georgia Timothy Walmsley no ordenara la prohibición de referirse al difunto Arbery como una víctima y sí permitiera que se incluyeran dentro de las pruebas las secuencias que conllevaron al momento en que la vida de Arbery se extinguió. Sentí alivio cuando el juez tachó de “reprobables” las tácticas utilizadas por cierto integrante de la defensa. Pero no puedo decir que estoy satisfecho.
No puedo estar satisfecho, porque si bien los detalles difieren, hace 23 años, otros tres hombres blancos en una camioneta en Jasper, Texas decidieron divertirse a costa de James Byrd. Jr., un inocente. Puedo sentirme agradecido de que todos fueron declarados culpables, pero jamás satisfecho porque, debido a su raza, ni a Byrd ni a Arbery se los trató con el mínimo respeto básico que se le debe a un ser humano.
Estoy agradecido por el veredicto, los 23 cargos que se imputan colectivamente a los tres, ahora, asesinos condenados. Pero no puedo exhalar hasta que se emita la sentencia. Si el mazo estuviera en mi mano, el único aire que respirarían los acusados por el resto de sus vidas sería el de la cárcel.
Estoy agradecido de que, tras el veredicto, el enojo residual no se derramó en las calles de Estados Unidos. Pero no estoy tranquilo, porque en muchos estados del país existen numerosas leyes que hacen creer a las personas que pueden impartir justicia por mano propia y cumplir funciones de policía. Ya en demasiadas ocasiones nos hemos horrorizado y deseado no ser testigos de desenlaces traumáticos e insensibilizadores. ¡Se debe hacer más por la igualdad y la justicia!
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